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M., O VAMPIRO DE DUSSELDORF

Año: 1931. Duración: 111 minutos. País: Alemania. Director: Fritz Lang. Guión: Thea von Harbou, Fritz Lang. Música: Edvard Grieg. Fotografía: Fritz Arno Wagner. Actores: Peter Lorre, Otto Wernicke, Gustav Gründgens, Theo Lingen, Theodor Loos, Georg John, Ellen Widman, Inge Landgut. En 1931 Fritz Lang dirigió una película que se convertiría en uno de los clásicos del cine, “M”, basándose en el caso de Peter Kürten, el asesino más conocido popularmente como el Vampiro de Düsseldorf. Esta película merece verse sólo por ello, al ser una de las obras maestras del séptimo arte. Pero metiéndonos de lleno en el tema que nos ocupa, debería decirse también que ésta es una de las mejores películas (por no decir la mejor) que se ha realizado basándose en la historia de un asesino en serie real. Un asesino tiene atemorizada a la ciudad de Düsseldorf. La policía busca frenéticamente al asesino y empieza una verdadera caza de brujas que implica a todos los habitantes de la ciudad, y en especial a los habitantes de los bajos fondos, ya que la presión policial les está arruinando los negocios. Una película que es un estudio sobre una colectividad conmovida por un caso de criminalidad patológica, que expone la tragedia interior de un obseso sexual y que, consecuentemente, procede a ejercer una corrosiva visión crítica de la misma sociedad dónde vive.
Nombre real: Peter Kürten. Apodo: El Vampiro de Düsseldorf. País o región: Colonia, Alemania. Fecha de nacimiento: 26 de mayo de 1883. Fecha de su captura: 24 de mayo de 1930. Fecha de defunción: 02 de julio de 1931. Causa de su muerte: Ejecutado. Sentenciado a morir decapitado por guillotina. Fechas de sus asesinatos: 13 de mayo de 1913 - 07 de noviembre de 1929. Número total de víctimas: 9 víctimas y la tentativa de 7 asesinatos más. Se sospecha que pudo haber realizado alrededor de 60 asesinatos. Palabras clave: Asesinato. Maltrato a animales. Pena de muerte. Piromanía. Vampirismo (parafilia). Violación. Zoofilia Peter Kürten nació en 1883 en Colonia, Alemania. El tercer hijo entre trece hermanos, su familia era tan pobre como numerosa, habitando bajo pésimas condiciones familiares en un espacio muy reducido. Su padre, un parado alcohólico de mal carácter, pegaba frecuentemente a su mujer y sus hijos, y abusaba sexualmente de su esposa e hijas. Así, la infancia de Kürten viene marcada por algunos intentos de fuga, pequeños hurtos y tempranas muestras de su instinto sádico y asesino: disfruta maltratando, estrangulando y torturando animales, así como contemplando la visión de su sangre, cometiendo, además, actos zoofílicos con ovejas a las que degollaba después de alcanzar el orgasmo. Debido a su carrera delictiva de aquella época –robos, incendios, agresiones sexuales…- pasa cerca de veinte años en la cárcel acusado de diferentes crímenes. En 1913 comete el que probablemente es su primer asesinato, violando y degollando salvajemente a Christine Kelin, una niña de 13 años, aunque él afirmaba que a la edad de 9 años ya había ahogado a dos amigos que estaban nadando. Sea como sea, su carrera delictiva fue paralizada a causa de la I Guerra Mundial y a una condena de ocho años de prisión. Años más tarde, en 1921, tras cumplir condena y cuando él mismo estaba alrededor de los cuarenta años, su vida parece da un giro y contrae matrimonio con una mujer de buena familia. Cambia de aspecto vistiendo con elegancia y sencillez, se peina con brillantina, usa gafas, luce un recortado bigote, e incluso usaba polvos faciales. Kürten parece llevar una vida normal como cualquier buen esposo, trabajando como conductor de camiones, sin que su mujer sospechase jamás que tras la figura de su educado y atento marido pudiera esconderse el autor de los crímenes tan sangrientos que sacudirían la ciudad de Düsseldorf. Efectivamente, entre 1925 y 1930, se suceden en la esta pequeña localidad alemana una serie de crímenes sádicos y estremecedores que atemorizaron y sensibilizaron a toda la población de esta localidad. Las muertes brutales de varias niñas de distintas edades, y algún hombre y mujer adultos, sobre los que el asesino se encarnizó y, en algunos casos se bebió su sangre, conducirían a la ciudad de Dusseldorf viviera en un continuo estado de histeria. Nadie se atrevía a caminar solo por las calles de la ciudad. Las autoridades ofrecían una suculenta recompensa por quien diera pistas sobre la identidad del asesino y la policía llegó a recibir hasta 900.000 nombres de posibles asesinos. El 7 de noviembre de 1929, Kürten llegó al punto álgido de su locura al matar a la que sería su última víctima mortal, una niña de 5 años, y enviar a un periódico local el mapa de la tumba de la asesinada. Tras esto, el Vampiro de Dusseldorf seguiría su carrera con algunas agresiones sexuales más y algunos intentos de asesinatos fallidos, aunque si cobrarse ninguna víctima mortal más, hasta que en el mes de mayo de 1930 cometería un grave error que le costaría su detención, al dejar escapar a María Butlier después de conseguir un orgasmo. La mujer iría a la policía y lograría proporcionar una detallada descripción de Kürten, lo que permitió publicar un retrato robot del asesino. Kürten, al leer la prensa y ver su retrato robot en la portada de los periódicos, confesó la totalidad de los crímenes a su esposa y habló con ella para que le entregase a cambio de dinero. El caso fue complicado; durante años, la policía, viendo por momentos su autoridad y reputación comprometidas, llevó a cabo continuas redadas y abundantes controles rutinarios a la busca y captura del feroz asesino. Incluso algunos grupos de delincuentes y bandas callejeras se unieron a la caza del asesino con tanto interés por detener la ola de crímenes como las mismas fuerzas de seguridad. Durante el juicio por sus crímenes, Kürten arguyó que la principal motivación para cometer sus asesinatos fue “aleccionar a una sociedad opresiva”, convirtiendo en una motivación secundaria la obtención de placer sexual en el momento de ejecutar a sus víctimas, así como su necesidad de beberse su sangre. Precisamente, durante ese tiempo, se dedicó a escribir cartas a los padres de las víctimas en las que se disculpaba de una manera muy peculiar, alegando que él necesitaba beber sangre lo mismo que otras personas necesitan beber alcohol. Finalmente, tras ser juzgado, Kürten sería sentenciado a muerte para morir decapitado mediante la guillotina.
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