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El corredor de la muerte

Año: 1996.
Duración: 91 minutos.
País: Estados Unidos.
Director: Tim Metcalfe.
Guión: Tim Metcalfe.
Música: Graeme Revell.
Fotografía: Ken Kelsch.
Actores: James Woods, Robert Sean Leonard, Cara Buono, Ellen Greene, Robert John Burke, Steve Forrest.
Henry Lesser ingresa como carcelero en Leavenworth, una de las prisiones más duras del país. Allí conoce a Carl Panzram, un peligroso asesino con el que entabla una particular relación que pondrá en cuestión sus principios y su fe en el sistema penitenciario. Carl quiere escribir su autobiografía y Henry, incumpliendo las normas, le facilita lápiz y papel con la esperanza de que la experiencia le redima. En el manuscrito, Carl relata su terrible carrera criminal, mostrándose como un hombre dominado por el resentimiento, el odio y la violencia.

Nombre real:
Charles Panzram.
Apodo: A lo largo de su vida Panzram utilizó diversos apodos: Carl Baldwin, Jeff Davis, Jefferson Davis, Jefferson Rhodes, Jeff Rhodes, Jack Allen, Jefferson Baldwin, John King, John O’Leary, Copper John.
País o región: Estados Unidos, a lo largo de diversos estados.
Fecha de nacimiento: 28 de junio de 1891.
Fecha de su captura: En algún momento de 1928. Previamente ya había sido detenido en múltiples ocasiones y por diversos delitos.
Fecha de defunción: 05 de septiembre de 1930.
Causa de su muerte: Ejecutado, sentenciado a morir por la horca.
Fechas de sus asesinatos: En algún momento indeterminado de 1920 - En algún momento de 1928.
Número total de víctimas: Entre 6-22 víctimas. Reconoció haber asesinado a 21 hombres si bien se estima que pudo matar al menos a 100 personas durante toda su vida y continuos viajes.
Palabras clave: Asesinato.
Pena de muerte. Piromanía. Violación.
Carl Panzram fue uno de los hombres más peligrosos de su tiempo. Ladrón, violador y asesino en serie, tuvo el privilegio de ser, a su vez, una de las víctimas más visibles del fallido sistema penal norteamericano de principios del siglo XX, cuando las instituciones correccionales carecían de supervisión externa, lo que implicaba la existencia y tolerancia de abusos que hoy día resultan inadmisibles, como torturas, violaciones, explotación, aislamiento continuado, etc.
Panzram fue hijo de unos inmigrantes de origen prusiano que trabajaban como granjeros, viviendo casi en la miseria, junto a sus seis hermanos. Ya desde su juventud mostró sus claras tendencias al robo, lo que le significó el internamiento en diversos correccionales, donde sufrió diversos abusos, físicos y sexuales. Tras ser liberado se fugó de su hogar, viajando como polizón en vagones de tren.
En algunas de estas ocasiones sufrió el abuso de vagabundos y oficiales ferroviarios. Finalmente cayó en otro reformatorio, del cual, después de sufrir numerosas palizas debido a su carácter rebelde, escapó rumbo al este robando y quemando iglesias, una actividad que repetiría a lo largo de su vida, ya que odiaba todo aquello que oliera a religión. Ingresó en la Armada, pero debido a su insubordinación, fue encarcelado numerosas veces y, finalmente, se le condenó a tres años de trabajos forzados en una prisión federal de Leavenworth. Debido a su naturaleza, pronto se vio envuelto en graves problemas con los celadores, sufriendo frecuentes palizas y prolongados periodos de confinamiento en solitario.
Allí, Panzram estaba sujeto a una bola de acero de más de veinte kilos que debía llevar a donde fuera, durante diez horas al día, todos los días de la semana, picando piedras. Este severo régimen hizo que se volviera muy fuerte y musculoso. Cuando finalmente salió libre, sólo deseaba hacer tanto daño como pudiera, como respuesta a todos los agravios recibidos desde su niñez.
Durante años se mantuvo errante por diversos estados, dejando una estela de robos, hurtos e incendios por doquier. Cualquier hombre que se cruzara en su camino, y habida la oportunidad, era asaltado y violado no importando raza, edad o sexo. A pesar de su buena apariencia masculina, y no siendo necesariamente homosexual, no tenía ningún interés por las mujeres.
Cuando la situación se salía de control, trepaba al primer tren que pasara por su camino y se alejaba del peligro. Pasaba el tiempo y Panzram únicamente conocía la mala vida siendo arrestado casi por todos lados en que caminaba. Los cargos variaban desde el típico robo, a piromanía y sodomía. De nuevo en prisión, se dedicaba a sodomizar a todo aquel que cayera en sus manos.
Su ferocidad y fuerza intimidaban al resto de los prisioneros de tal modo que no oponían resistencia a sus abusos. A partir de aquí, todo viene a ser un ir y venir de presidios, en los que sufre contantes torturas y palizas, es soltado continuamente, o se fuga, indistintamente. Con las riquezas obtenidas del robo de la residencia del, por entonces, presidente Taft, se hizo con un yate y comenzó a navegar de aquí a allá como un pirata.
Frecuentemente amarraba en los puertos que visitaba para reclutar marineros y una vez que los incautos caían en sus garras, les robaba, violaba y asesinaba, continuando su camino de escaramuzas y presidio. En una de sus huidas aborda un buque mercante y termina en Angola, África, por entonces una colonia portuguesa. Allí se ceba con los nativos, continuando su carrera de violaciones y asesinatos con jóvenes y adultos, hasta que decide huir a Portugal.
Sin embargo, la policía local ya estaba alertada de su racha de presuntos asesinatos en África, así que lo deporta a América. Para 1922, Panzram estaba de nuevo en los Estados Unidos. Tras unas cuantas semanas en suelo norteamericano, decide renovar su licencia de marino y arreglar los papeles de su viejo bote, continuando su criminal orgía de robos, violaciones y asesinatos, manteniéndose en constante movimiento.
Una noche de agosto de 1923, Panzram se introdujo en los depósitos de una estación de trenes para robar, siendo descubierto por un oficial que efectuaba su ronda nocturna y, tras un forcejeo, es detenido. En este punto Panzram decide comenzar a hablar y se declara fugitivo del estado de Oregón donde aún debía purgar catorce años de prisión. La policía decide enviar telegramas a Oregón para averiguar si es cierto.
La respuesta fue que Jeff Baldwin, uno de los alias de Panzram, era requerido por la justicia del estado. La suerte del criminal llegaba a su fin. Pocas semanas después es sentenciado a 5 años de prisión por los robos cometidos en aquella jurisdicción.
Durante su presidio en Washington, los guardias pronto notaron que el reo Charles Panzram frecuentemente hablaba de haber asesinado niños. Comenzó una extensa averiguación en diferentes jurisdicciones para clarificar la información. Pronto surgieron los datos que corroboraban las aseveraciones del reo.
Cuando fue registrado en la cárcel, un joven guardia recién ingresado al servicio, Henry Lesser, entabló conversaciones con Panzram. Sometido a las más salvajes torturas y condiciones carcelarias de su tiempo, Carl Panzram, decide confesar absolutamente todo.
Por alguna razón Lesser se compadece del rabioso y odiado criminal y se convierte en su único confidente en la prisión. Pronto ambos hombres se hacen amigos y Lesser convence a Panzram de escribir sus memorias. Aquella enorme declaración abarca toda la carrera criminal de Panzram, incluyendo descripciones de todas y cada una de sus encarcelaciones a lo largo y ancho del territorio. A pesar de la falta de comunicación entre agencias y prisiones de aquel tiempo, la mayoría de los datos aportados fueron corroborados.
No solo habló de su vida, sino también del sistema penal norteamericano al cual propinó acres críticas, tachándolo de inútil y nocivo. Uno de sus lemas más recurrentes era que la fuerza daba derecho, asegurando que no guardaba arrepentimiento alguno por ninguno de sus crímenes.
El 1 de Febrero de 1929 Carl Panzram regresó a la conocida prisión de Leavenworth y al serle leídas las reglas por el guardia principal declaró serenamente que asesinaría al primer sujeto que se metiera con él. Y en efecto así ocurrió cuando uno de los guardias la tomó contra él. A la primera oportunidad lo masacró con una barra metálica. Por este terrible crimen fue llevado nuevamente a juicio.
La sentencia fue la horca. El 5 de septiembre de 1930, Panzram es colgado. Hasta el momento de su muerte se comporto desafiante e incorregible como siempre.
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